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Capa de ozono: un escudo invisible que debemos seguir protegiendo

  • Foto del escritor: proyectogeosatelit
    proyectogeosatelit
  • 16 sept
  • 3 Min. de lectura

Cuando en 1987 se firmó el Protocolo de Montreal, el mundo reconoció por primera vez que la acción humana podía dañar irreversiblemente la atmósfera. Y también, que tenía las herramientas para remediarlo. Desde entonces, y gracias a la eliminación progresiva de sustancias agotadoras del ozono como los CFC, hemos visto una recuperación paulatina de este escudo natural que filtra la radiación ultravioleta (UV) y permite la vida tal como la conocemos.


En 1994, la Asamblea General de las Naciones Unidas instituyó oficialmente el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono, no solo para recordar este hito, sino para renovar el compromiso mundial con su protección.


En Chile, este compromiso tiene un matiz especialmente urgente. Por nuestra cercanía al Polo Sur, hemos sido testigos de primera línea de la expansión y contracción del llamado “agujero de ozono”. Ciudades como Punta Arenas han vivido sus efectos de manera directa, con altos niveles de radiación UV en primavera, que han requerido alertas sanitarias, campañas educativas y desarrollo normativo para proteger a la población.


Imagen: BBVA
Imagen: BBVA

Tecnología satelital: nuestros ojos sobre la atmósfera


En Imagine-IT creemos profundamente en el poder de la tecnología satelital como herramienta para comprender, prevenir y proteger. Gracias a las imágenes que hoy capturan satélites de alta resolución en tiempo casi real, es posible monitorear no solo la superficie terrestre, sino también las capas altas de la atmósfera, donde se encuentra el ozono estratosférico.


Los sensores a bordo de plataformas como MetOp, Sentinel-5P o las misiones de NASA y ESA han permitido construir una base de datos invaluable sobre la evolución del ozono. Estos sistemas detectan, con precisión milimétrica, las concentraciones de ozono, los cambios en la radiación UV, los patrones de circulación estratosférica y la presencia de aerosoles y gases que alteran su equilibrio.


Y es gracias a esta tecnología que, por ejemplo, supimos que en 2024 el agujero de ozono alcanzó uno de sus tamaños mínimos en décadas: 22,4 millones de km². Una noticia esperanzadora, pero que debe entenderse en contexto. La recuperación no es lineal, y factores como las erupciones volcánicas, las partículas de carbono negro y los cambios en la dinámica atmosférica pueden provocar retrocesos inesperados.



Chile: ciencia aplicada desde el extremo sur


Nuestro país no ha permanecido ajeno a esta lucha. Desde 2006, la conocida Ley Ozono regula las sustancias que afectan esta capa, y nos hemos sumado a iniciativas internacionales como la Enmienda de Kigali, que además de proteger el ozono, busca mitigar el cambio climático reduciendo los HFC, gases de efecto invernadero que reemplazaron a los antiguos CFC.

Pero más allá de lo normativo, destacamos el rol de la ciencia aplicada. Estaciones como la NDACC operan espectrofotómetros Dobson y Brewer, junto con globos sonda que entregan perfiles verticales de ozono. Estos datos son esenciales para contrastar y validar los resultados satelitales.


Al mismo tiempo, entidades como el Centro de Tecnologías Ambientales (CETAM) de la Universidad Técnica Federico Santa María investigan cómo otros contaminantes —como el carbono negro— inciden indirectamente en la dinámica del ozono. Estas partículas, generadas por la combustión de diésel o biomasa, calientan la atmósfera, alteran la circulación y, al depositarse sobre hielo, aceleran su derretimiento, generando un doble impacto: climático y atmosférico.


Una oportunidad para seguir liderando

Este 16 de septiembre no solo conmemoramos un logro colectivo, sino que recordamos lo que está en juego: la salud de la atmósfera y la de las personas. Nuestro compromiso con el monitoreo ambiental de alta precisión, poniendo la tecnología satelital al servicio del conocimiento, la prevención y la acción climática, se mantiene intacto.

Sabemos que la capa de ozono es mucho más que una cifra en un gráfico. Es un indicador clave de nuestro impacto sobre el planeta. Y también, una señal de que cuando actuamos juntos, con decisión y evidencia, la recuperación es posible.


La mirada al cielo ya no es solo una inspiración poética. Es una herramienta concreta para proteger lo más esencial: la vida.


 
 
 

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